Hoy me invitaron a un evento muy
peculiar. Una noche de Chivas Regal titulada “The art of hosting”. En primera
instancia, me puse a pensar en el arte de entretener por supuesto. De abrir tú
casa a un grupo de gente. De amigos, de amores… pasados o presentes -no
importa. De retratos y personajes.
A mí en realidad no me gusta
caminar. Me gusta la idea de caminar sin rumbo, pero si he de ir hacia un lugar
determinado, quizá prefiero el auto.
Manejando de regreso a casa, me
di cuenta de algo. La vida es siempre tomar el volante.
Bajo esa premisa, uno podría
pensar que el camino ya está establecido. Quizá por Dios, quizá por urbanistas;
pero siempre, siempre está la decisión de elegir la ruta. No estoy seguro de
ser creyente del destino. De saber que alguien tiene mi rumbo determinado; y
sin embargo, me doy cuenta que hay pocas cosas en la vida que están en nuestro
control: comer por ejemplo.
De lo que sí soy creyente, es de
siempre estar a cargo. Ser el protagonista, el que mueve el volante.
No estoy seguro de haber tomado
el camino correcto. Por supuesto, no he llegado a la meta. Pero hace unos días,
platicando con mis amigas (familia), me di cuenta que sí tengo la vida mapeada.
A pesar de no sentirme completamente seguro de hacia dónde ir, tengo cierta la
idea de lo que quiero, y de lo que no. Y
eso, eso en sí ya es un avance.
Debo admitir, que no he tomado
todas las decisiones trascendentales de mi vida solo. He tenido muchas
influencias. No elegí mi universidad por mi gusto, sino por lo que quería mi
familia. No decidí salir de un impase por mi propia cuenta, sino empujado por
los que más me quieren. No decidí que quería trabajar hasta que una relación me
obligó a hacerlo. Mi coche lo eligió mi ex…
A pesar de todo, hace pocos años
decidí -de manera inconsciente- tomar el volante. Hacerme cargo de mí y mis decisiones. De mis
sueños, de mis mentas y mis secretos. Y entonces, entonces todo cambió.
De poco más de un año a la fecha,
puedo decir que mi espíritu me orilló a ser yo.
A hacer lo que quiero y a ser lo quiero. No fue fácil.
Quizá me desesperé muy rápido.
Quizá tomé la vía rápida… bueno, no tan rápida pero cómoda. Como quiera, fue lo
mejor. Hoy soy el resultado de una gran ecuación de sentimientos, operaciones
matemáticas y gustos. Gustos particulares, costumbres sociales, necesidades
personales y obligaciones familiares. Todo dando como resultado un conjunto de
órganos y emociones.
¡Caray! Difícil es manejar las
emociones. Si éstas fueran un camino, no existiría asfalto que pudiera contenerlas,
hacerlas permanentes. Y ahí está el encanto; en la volatilidad que tienen. En
las vicisitudes que provocan. En el resultado inesperado que contienen.
Cuando manejas por el camino de
la vida, la idea es siempre llegar a casa. Al lugar sagrado de intimidad en el
que te sientes cómodo. Seguro.
Es ahí donde “el arte de
entretener” se vuelve más una tarea. Un oficio para el que te entrenas día con
día. Elegir a los invitados, preparar la comida, distribuir bien los tragos…
Para llegar a ello, mientras
manejas por el camino puedes tener reencuentros, toparte con nuevos amores,
hijos, amigos -que siempre sirven de mapa, expectativas.
Manejar no es tan sencillo. Tomando
la Ciudad de México como ejemplo, es probable que te encuentres con baches,
topes, curvas. Que te asalten amores y roben todos tus sentimientos. Que la
ruta sea oscura y por rumbos desconocidos. Que no jale el GPS y sólo tengas el
instinto como guía. Calles cerradas, laterales pecaminosas.
No hay manera de saber si tomaste
la mejor ruta. En comparativa con otras, quizá la tuya tuvo más tráfico.
Mejores vendedores ambulantes, patrullas u obras públicas. Comparar, al igual
que encontrar culpables, nunca resuelve nada.
Vivimos manejando hacia el
autodescubrimiento. Hacia ese lugar que podemos llamar hogar.
Sin embargo, cada quien tiene sus
rutas favoritas. Hacia el amor, hacia el vicio, hacia el logro, hacia la
destrucción, hacia la razón.
A pesar de ir auto con auto, tu
visión está orientada por la circunstancia. Por las historias de relaciones,
fallidas, perfectas, inquietantes, llenas de necesidades. Por el querer y no
ser. Tomar el volante es una decisión
crucial. Igual que en un auto, llevas tu vida en las manos.
A quién subes al auto para llegar
a tu casa y entretener, se vuelve confuso. Para descifrarlo tenemos el
instinto, los sentimientos y la inteligencia. El equilibrio versa en saber cómo manejarlos.
Al final, yo creo que la prisa no
ayuda en nada. Manejar es tomarte tu tiempo, conducir con cuidado. Disfrutar
del paisaje. Trabajar para pagar la gasolina. Y quizá, por supuesto no en el
auto, tomar un trago de whiskey y vivir el momento.