miércoles, 28 de octubre de 2009

Remanente

miércoles, 28 de octubre de 2009
Hoy me queda claro que no hay peor dolor que un corazón roto. Cuando la muerte llega, siempre viene acompañada de la resignación. No hay nada que se pueda hacer. Cuando un amor muere, lo único que lo acompaña es un dolor indescriptible. Podemos intentar recordar lo malo, podemos repasar la lista de razones por las cuales fue la mejor decisión terminar con la relación, pero cuando los sentimientos sobrepasan la razón, y la añoranza se apodera del cuerpo toda lógica pierde sentido. Todo el tiempo que pasamos juntos se repite en nuestra mente como si la vida no fuera más que aquellos momentos. Perdemos el sentido y la sonrisa. Nos volvemos entes vacíos de brillo y juramos que jamás volveremos a ser así de felices. No puedo evitar el preguntarme ¿cuánto de nosotros se muere con el fin de un amor?

Si bien es cierto que el amor no muere, el dejar ir al ser amado podría ser un aproximado a la muerte del sentimiento. Todos los planes a futuro se ven súbitamente truncados como si de repente quedásemos paralíticos. No podemos movernos, no hay manera de respirar naturalmente y la vida parece que se nos va. Retomamos nuestra rutina sintiéndonos un poco menos felices, mucho menos brillantes y nada esperanzados. El día puede ser perfecto y soleado y aun así parece gris y sin emociones. Intentamos olvidar y dejar atrás el sentimiento que nos atormenta. Platicamos sobre el tema hasta hartar a nuestros amigos. Podemos hacer uso de algunos vicios para entumir el cuerpo y el entendimiento pero la cruda realidad llega irremediablemente, estamos solos. De nuevo solos. Todas las ideas y la certeza de haber encontrado finalmente a la persona que te hacía sentir completo se vienen abajo como castillos de arena golpeados por una ola. Todo el amor pierde dirección y sin tener quien lo reciba se queda dentro de nosotros volviéndose un tumor que parece terminal pero no nos mata. Partes de nosotros quedan mutiladas ante la terrible ruptura. La otra parte se queda con la sonrisa y el encanto mientras tu te quedas con el llanto y la desolación. Evitas lugares que puedan recordarte lo feliz que fuiste y te sientes estúpido al darte cuenta que no sólo lo recuerdas de cualquier manera, sino que por algún tiempo fuiste lo suficientemente idiota como para creer que podías ser tan feliz para siempre. ¿Cuál era el poder de la otra parte? ¿Cómo era posible que nos hiciera sentir así?

La química dice, que el amor es una reacción en el cerebro que lo obliga a segregar adrenalina, además de activar descargas eléctricas y mezclar hormonas. El cuerpo no nos está diciendo ¡adelante! sino ¡cuidado! Como sea ignoramos el llamado de la razón por la avalancha de sentimientos mágicos y maravillosos que nos ofrece el estar enamorados. La otra persona se vuelve parte de nosotros y no podemos creer que pasamos tanto tiempo sin ella. Buscamos incansablemente hasta llegar al momento del "te amo". Somos entonces nosotros los que otorgamos al otro el poder de lastimarnos. Somos nosotros los que decidimos y reaccionamos. Los que olvidamos el "yo" por el "nosotros", y los que cuando el "nosotros" se acaba no podemos más que intentar sanar al "yo". La otra parte puede tener millones de defectos de los cuales, claro está, estamos tan enamorados que no podemos verlos. No importa quién tuvo la culpa, el punto es que somos miserables. Apostamos todo y lo perdimos.

Poco a poco, conforme pasan los interminables días, vamos sanando. Nos sentimos cómodos con nuestra solitaria vida. Buscamos actividades que nos obliguen, aunque sea por un instante, a olvidar su cara. Poco a poco renacemos. Despertamos en la sala de urgencias de un hospital y vemos los daños. Ya no duele pero siempre vas a recordarlo. ¿Cuánto de nosotros perdimos? Todo, dimos todo y hoy no queda nada. Nunca volverás a ser el mismo. Nunca volverás a amar de esa manera ni a sonreír de igual forma. No eres la misma persona. Nunca serás quien fuiste con alguien como serás en la siguiente relación, y eso, eso es por lo que todo valió la pena. Aprendiste, reíste, lloraste, amaste. Quizá no fue el amor de tu vida, quizá sí y aun no lo sabes. La vida da tantas vueltas que -aunque suene trillado- lo que es tuyo regresa. Ahora eres una nueva persona, llena de nuevos sentimientos, nuevas sonrisas y nuevas alegrías. Volveremos a enamorarnos y a darnos en la madre. Porque aunque duela, el amor es así. Se mide en dolor. Cuánto amas es cuánto estás dispuesto a soportar. No es quedarse con lo malo, simplemente es el precio que se paga por lo bueno. Y lo bueno, vaya que vale la pena. Así que yo digo, levántate de la cama, arréglate como nunca, sal con tus amigos y vive la vida. Busca un trabajo que te llene y encuentra hobbies. Olvídate del helado y ponte a hacer ejercicio. Disfruta del sufrimiento mientras dure pues es parte de haber amado. Verás que algún día, por más lejano que parezca, retomarás las riendas y volverás a amar.