lunes, 23 de febrero de 2009

Life is what you make it

lunes, 23 de febrero de 2009

Vivimos llenos de planes e ideas que ocupan la mayor parte de nuestro tiempo. Pocas veces nos permitimos pensar acerca de nuestros deseos y pasiones. La mayoría de la gente toma las oportunidades que se le presentan y forjan con ellas su futuro. Sin embargo, son pocos quienes llevan una vida llena de pasión o cumplen sus deseos. El deseo y la pasión van entonces ligados a todo lo que quiero de la vida, así que no puedo evitar el preguntarme ¿qué quiero?

 

Cuando somos niños no tenemos idea de lo que son las pasiones, vamos por el mundo cumpliendo caprichos y gustos infantiles que poco a poco se van transformando en pasiones y deseos adolescentes. Sin embargo los niños tienen más pasión que muchos adultos. Saben lo que quieren y hacen casi cualquier cosa por conseguirlo. Cuando finalmente descubren el significado de la pasión ésta va ligada a otra persona. Despierta la sexualidad y el deseo. Lo que antes fueron inocentes juegos ahora son experiencias diferentes. Mientras crece el deseo va permeando a todas las demás áreas de la vida. Deseo por una carrera, deseo por el dinero, deseo por una persona, deseo por diferentes gustos, deseo por lo que no tengo. La parte compleja viene al momento de convertir el deseo en satisfacción. En algún punto perdemos de vista lo que queremos de la vida. Vamos conformándonos con una disonancia cognitiva que nos permite adecuar el deseo con la realidad. La pasión se olvida o se transforma en conformismo. Es más factible y sencillo escribir una lista acerca de lo que no me gusta o no quiero que una que contenga todo aquello que quiero en verdad. Las relaciones, los afectos, los actos sociales están llenos de rituales para evitar la articulación de un deseo abiertamente. ¡Lárgate! O ¿quieres acostarte conmigo? Son deseos genuinos y de ser expresados en público causarían escándalo y habladuría. Pasa lo mismo con el resto de los deseos. A veces no es la falta de pasión sino de coraje lo que impide llevar una vida vehemente. Nos conformamos con una pareja estable pero vacía de satisfacciones, con un trabajo bien remunerado pero nada emocionante. Nos olvidamos de la locura y abrazamos la rutina. ¿Por qué nos resulta tan difícil tener orgasmos fuera del sexo?

 

Las relaciones humanas deberían ser un aliciente para la pasión, un antojo por algo que no puedo masticar. Querer algo no siempre significa conseguirlo pero eso no es un impedimento para intentarlo. Saber lo que en verdad quiero es descubrir esa pasión por la vida, por mi vida y lo que quiero hacer de ella. Deseo y satisfacción deberían ser palabras utilizadas con regularidad y no un vago recuerdo para el reproche de la vejez. El flujo natural del hombre convierte las emociones en sentimientos y los sentimientos en deseos y aún así dejamos el deseo en la cama y olvidamos la pasión por la vida. Yo no podría vivir en una relación sin pasión ni en un trabajo sin deseo. Quizá por eso estoy soltero y desempleado pero de cualquier manera no me arrepiento. Vivo la vida lo más apasionado que puedo y deseo una satisfacción orgásmica cada mañana. La muerte me resulta entonces el equivalente a no desear nada más. A no tener una pasión que me permita sentirme vivo, por lo que puedo decir que aún no estoy listo para la muerte. 

lunes, 16 de febrero de 2009

Bibidi babidi boo

lunes, 16 de febrero de 2009

Gracias a mi asqueroso vicio por el tabaco, en algunas noches de insomnio me es inevitable salir de mi casa a comprar un paquete de cigarrillos. Siempre voy a la misma tienda y me estaciono justo frente a la puerta. Hay un hombre, ya entrado en los sesenta años, encargado de la vigilancia, el cual siempre tiene cometarios de admiración por mi auto. Esta noche su comentario fue “cuando sea grande me voy a comprar uno así.” Sonreí amablemente y me fui de la tienda. No pude evitar el pensar acerca de la ilusión y lo que representa en la vida. Ilusión, la materia prima de los sueños.

 

Gran parte de la infancia transcurre con la repetitiva locución “cuando sea grande”. La perspectiva infantil es tan maravillosa que hace de cualquier cosa completamente ordinaria una labor diferente, novedosa y en efecto, extraordinaria. Pensamos en los años como si fueran una condena por pagar y esperamos ser grandes para realizar nuestros sueños. Al crecer vamos perdiendo la inocencia y nos quedamos solamente con la ilusión. La ilusión por un nuevo día, un mejor trabajo, un encuentro con el amor. Vivimos hasta los peores momentos llenos de ilusión. Cada noche, cada encuentro fallido, cada primera estrella nos impulsa a ilusionarnos. Estamos tan acostumbrados a ella que a veces olvidamos su presencia y sin embargo nos llama a cada segundo. En otra connotación la ilusión es un sustantivo alusivo a lo inexistente. Tristemente la mayor parte de nuestras ilusiones terminan siendo así, inexistentes. Pero eso nunca nos detiene al crear unas nuevas. ¿Es acaso la ilusión una fatídica forma de vivir vicariamente a través de lo que quisiéramos ser y no somos?

 

A lo largo de la vida vamos adecuando el pensamiento con la realidad. Definimos quienes somos por dónde estamos situados. El trabajo, la carrera, el grupo de amigos… sin embargo muy en el fondo, en los rincones de la mente que sólo visitamos nosotros tenemos guardada la ilusión. Aquellos suficientemente valientes exteriorizan sus ilusiones esperando cumplirlas, y algunos afortunados lo logran. La ilusión juega un papel vital al impulsarnos a ser más. Cuando estamos inmersos en su fantástico mundo todos somos héroes. Protagonizamos grandes historias y sabemos que todo terminará bien.  Sin embargo al momento de regresar del mundo de las ideas, nos falta fuerza para realizarlas. Vivimos llenos de pretextos culpando a las circunstancias por lo que falla cuando en realidad los que necesitamos es un toque de voluntad para lograrlo. No por nada la voluntad es calificada como fuerza. Para mí es la mayor fuerza de todas. Si combináramos la ilusión con la voluntad quizá seríamos capaces de realizar sueños.

 

Aquellas historias que nos parecen tan inspiradoras están llenas de ilusiones cumplidas. Vemos con un toque de envidia las pantallas del cine mientras proyectan todo aquello que nos gustaría hacer. De lo que no nos damos cuenta es que cualquiera es capaz de ser el héroe de su película. Si existen vidas que merecen ser contadas es porque existen hombres que merecen ser recordados. La ilusión de la trascendencia es quizá una de las más poderosas. El seguir aquí después de la muerte viviendo por medio de los relatos de nuestras acciones. La ilusión debería ser nuestra principal herramienta de vida. Deberíamos tener más ilusiones con mayores deseos. “Cuando sea grande” no debería referirse a la edad sino a la grandeza. Ser grande en lo que soy, ser todo lo que quiero y puedo ser. Basta de limitantes y tapujos. Basta de culpas ajenas. Es hora de ser héroe y no víctima. Yo estoy seguro de que el mundo es de los que se atreven a tomarlo, usando la ilusión como brújula y la voluntad como herramienta. De la ilusión nace todo lo que es puro para nosotros. Nos llena de deseo y locura, de aventura y magia. Somos las ideas que tenemos y podemos llegar a ser los sueños que formamos. El miedo es terrible si te frena, pero si al contrario te motiva a superarte, en cuanto lo hayas vencido serás mucho más fuerte. ¿Qué es lo peor que puede pasar? Si se ríen de ti, ríete de ellos por nunca ser lo suficientemente ilusos para creer en sí mismos. Un amigo alguna vez me dijo que estos son los mejores tiempos y es tan cierto. No esperes oportunidades, búscalas. Atrévete a ser una ilusión inspiradora que a fin de cuentas si no lo logras, si las ilusiones no se cumplen al menos sabrás que no fue por no intentarlo. Un héroe no es aquél que siempre gana, sino el que siempre lo intenta. 

lunes, 9 de febrero de 2009

Ahora sí, no lo vuelvo a hacer

lunes, 9 de febrero de 2009

Una pregunta ha dado vueltas por mi cabeza los últimos días. En verdad, ¿es posible superar a alguien? Sea de manera amigable o en completo enojo las relaciones acaban. ¿Qué haces entonces con los sentimientos? Puedes entender lo que falló, saber que fue la mejor opción o racionalmente convencerte de que no era para ti. La mente razona la situación pero el corazón sufre. Después del primer amor, ¿alguna vez vuelves a amar de la misma forma o el dolor impide dejarte llevar por un nuevo sentimiento? Cuando amas a alguien pedacitos de ti se quedan en el otro y nunca vuelves a estar completo. Entonces, ¿cuándo puedes decir que has superado a alguien? ¿Es acaso la rivalidad el factor decisivo para saberlo? El primero en tener otra relación ¿gana?

 

Bien dice el dicho “donde hubo fuego cenizas quedan”, estamos condenados a sentir para siempre. Puede que la intensidad varíe pero no el sentimiento, siempre sentirás algo al ver o recordar un viejo amor. El amor no acaba hasta que acaba con nosotros. Y por más fatalista que esto parezca es cierto. Para dejar de amar hay que morir. Hay que olvidar y dejar que el tiempo cure las heridas. Hay gente capaz de dejar ir muy rápidamente, habemos otros a los que nos toma más tiempo. Pero al final de cuentas el dejar ir es simplemente asumir que por siempre amarás a alguien y mandar ese recuerdo al fondo del cajón. La razón principal por la que somos incapaces de dejar ir es irónicamente la esperanza. Aquella fuerza maravillosa que nos impulsa en momentos impíos, es nuestra peor enemiga cuanto a relaciones se trata. Mientras sigamos creyendo que algo mágico puede suceder con esa persona, que es el amor de mi vida a quien estoy dejando ir, jamás seremos capaces de seguir adelante. Cometemos el grave error de recordar todo lo bueno justo cuando ya no está ahí. Vemos las virtudes y olvidamos todos los defectos culpables del atroz rompimiento. Creemos que nadie volverá a amarnos de esa manera y estamos seguros de que nos estamos condenando a la soldad perpetua. ¡Pero no señores! Hubo una causa, o varias. Hay cualquier cantidad de razones, pretextos, errores en la lista. El distanciamiento no es gratis. Intentamos nunca toparnos de frente con el culpable como si eso lo sacará de nuestra vida para siempre. Poner tierra, agua o asfalto de por medio no evita el desamor sino todo lo contrario. Impide el flujo natural de los sentimientos. Ni modo, para dejar ir hay que sufrir. No apoyo el acoso pero recomiendo el estar preparado para que un encuentro casual no te derrumbe de nuevo. La clave está en sentir las cosas a su tiempo. Sufrir, llorar, comer helado el tiempo necesario para que nada se quede encapsulado dentro de nosotros y explote más adelante. Matar el dolor poco a poco a través de un proceso natural en el que nos vamos recuperando.

 

Si en verdad estamos condenados a sentir por siempre también estamos condenados a pasar los errores de una relación a otra. Es decir, cuando vuelco mis afectos sobre alguien y no funciona le dejo algo de mí y me quedo con algo suyo. Ahora, cuando estoy con alguien más y repito el proceso los cachitos compartidos llevan un poco de mi historia emocional. Por lo tanto estoy alerta de la posible reproducción de todo lo que me dolió y me hizo daño en el pasado y considero cualquier resonancia como intolerable. No es justo, pero así es. Somos como los carritos chocones de la feria, nos vamos dando golpes con quien se ponga enfrente impulsados por la fuerza del choque anterior. Por lo que no puedo evitar el preguntarme ¿en verdad gana el primero en iniciar una relación? ¿acaso el superar a alguien es una cuestión de rivalidad? No me parece real que quien tenga una relación primero sea el afortunado sino todo lo contrario. El iniciar una nueva relación antes de tiempo sólo la llevará al fracaso. Para saber cuándo es tiempo de abrir de nuevo el corazón hay que tomar en cuenta qué tan dispuesto estoy a tomar riesgos otra vez. Estar listo para saltar al vacío de nuevo y esperar lo mejor de la otra persona. Ser de nuevo inocente. Quizá no sea posible amar como la primera vez, como cuando no habíamos sido lastimados, pero eso no quiere decir que dejemos de intentarlo. Es aquí donde debemos hacer uso del entendimiento. Entender cómo entramos a la relación, cómo nos desarrollamos dentro de ella y cómo es que decidimos terminarla es un buen comienzo. Así, cuando una nueva relación aparezca podrás decir que conoces tus límites y por ende sabes cuánto estás dispuesto a dar y qué pretendes recibir. Es probable que un amor como el primero no vuelva nunca pero eso nos da la posibilidad de la evolución sentimental. Ninguna relación será idéntica a otra y con un poco de voluntad y suerte podrán ir mejorando.

 

Cuando una relación –que puede ser correspondida o no- termina, el vacío que deja nos hace sentir tan mal que eventualmente morimos. Pero, de alguna manera, por lo general la más inesperada y en contra de todo pronóstico, renacemos y un día nos volvemos a enamorar. A fin de cuentas el superar a alguien, superar una relación no significa superar el amor, y eso es fantástico porque así podemos lograr que crezca en el futuro. Podemos odiarlo, podemos negarlo pero no podemos olvidarlo. Sentir es lo que nos hace personas. Amar es lo que nos hace humanos y sufrir es lo que nos hace crecer. Así que yo digo, no huyas del sufrimiento y mucho menos del amor o la oportunidad de encontrarlo porque estarías negando la posibilidad del más grande milagro, la suma de uno y su otra mitad. 

lunes, 2 de febrero de 2009

... Líbranos de todo ideal

lunes, 2 de febrero de 2009

Vivimos en una época y una ciudad llena de posibilidades. Quizá faltan oportunidades pero cada quien puede hacer y ser lo que quiera. No hay castas ni legados familiares. No hay oficios heredados ni tampoco necesidades impuestas. En la mayoría de los casos el individuo elige sin patrones determinados. Ciertamente se puede decir que somos individualistas. Lo cual me lleva a pensar en los tiempos pasados. Antes la persona vivía una vida heredada. Si tu padre era carpintero, lo más probable es que tu fueras carpintero, o rey o abogado. Cualquiera que fuera el oficio familiar. Profesabas una religión impuesta y condenabas lo diferente. Ahora somos tan “tolerantes” que ya nada es así. Sin embargo, ahora también carecemos de ideales. Una pasión tan fuerte que hizo a un hombre dejar de comer, a otro matar judíos y a muchos otros tratar de conquistar el mundo. La historia los ha condenado o congratulado dependiendo del resultado de sus acciones pero, como sea, son para nosotros iconos del ideal. ¿Se puede ser idealista e individualista al mismo tiempo? Si bien es cierto que vivimos en una época en la que el desarrollo personal no involucra sentimientos ajenos, también es cierto que hoy en día son pocos –ninguno que yo conozca- quienes pueden decir que darían su vida por algo. No digo que esto sea un resultado directo del individualismo sino la combinación de factores. Ya no queda nada por inventar, lo que no es malo engorda, lo que antes era inombrable ahora es alternativo. Estamos inmersos en la bien llamada cultura light. Estamos tan desapegados del resto que la mayoría de las acciones personales pasan inadvertidas por la multitud. Ya nadie sueña con cambiar el mundo y lo que queda de aquellas ondas subversivas esta estampado en playeras multicolores o en decoraciones de consultorio. ¿Qué fue del Ché Guevara, de los impresionistas, de “La Trevi”? ¿Dónde han quedado aquellos atrevidos a ser diferentes y no tolerados? ¿Será que los nuevos individuos subversivos son los emos? La infinidad de posibilidades nos está volviendo indiferentes, apáticos y muy cínicos. Si todo es x es porque nada nos importa. Las opiniones no tienen porque quedarse en las editoriales de los diarios o ser elaboradas por los llamados “expertos en el tema”. El individualismo no excluye al idealismo. Digo idealismo a falta de una mejor palabra y no me refiero a la corriente filósofica de Kant, sino al cobate por los ideales. A defender otros valores por encima de la vida. A vivir con pasión, con intensidad por la creencia en algo más. Deberíamos ser más apasionados por ser más individuales. Deberíamos tener más pasiones al tener más posibilidades. Me parece inconcebible que los héroes se queden en las caricaturas. Que vivamos la vida de manera tan real. Lo importante no es cumplir con el ideal sino tenerlo, serlo. Ser un ideal. Amanecer todos los días pensando en que mi opinión vale la pena. Que actuó confome a lo que pienso y que pienso lo que siento. Y eso, eso es tan poderoso que genera cambios. Así, hemos evolucionado. La historia, las revoluciones, los comics o los cuentos de hadas están llenos de ideales. Crecimos inmersos en ellos y ahora los tenemos olvidados. Es hora de recuperar la pasión por el ideal. Cuando alguien se refiere a otro como “intenso” este debería tomarlo como un cumplido y no como un insulto.  No es malo ser intenso, ser intenso quiere decir que crees en algo lo suficiente como para pelear por ello.

 

Yo digo, se consistente, se tenaz, se alguien fundamentado. Pelea por lo que crees y argumenta lo que piensas. Sé lo más intenso que puedas ser. El individualismo per se no es algo negativo, simplemente le hemos dado un mal uso. Vivir en una época como la nuestra ha sido resultado de la pelea por los ideales de muchos grandes hombres y mujeres determinados a lograr un espacio plural donde hoy nos desarrollamos de manera abierta. Ser individualista debería ser el equivalente a tener el poder de volar. Volar con rumbo, tener una meta, vivir sin temor a que me hieran. La idea con pasión es fortaleza. De otra forma ¿qué es lo que vale de la vida?